Esta es quizás una de las preguntas más importantes que debemos plantearnos al momento de considerar adquirir una pieza de arte. Indudablemente, el arte tiene por deber un compromiso social e histórico, primero con su comunidad y, por supuesto, con el contexto cultural, no solo de un país, sino de cara a la humanidad. En ese sentido, es ineludible que el arte haga referencia o aborde de forma tácita temas que son de vital importancia tanto para el artista como para las personas que formamos parte de una sociedad. Muchas veces, incluso, llega a abordar temas álgidos, complejos y hasta verdades incómodas; no obstante, resultará a la vez fundamental que exprese la propia realidad de cada individuo tanto del artista como del coleccionista, ya que toda obra de arte está destinada a encontrar a su dueño y es precisamente en la realidad de vida o entorno que cada cual lo hará.
Podemos reflexionar respecto a que cada individuo pasa la mayor parte de su vida natural en dos entornos: “el laboral o profesional” y su “hogar”. En ese sentido, ambos ámbitos estarían cargados de energía personal, por ende, buscar mejorar nuestros entornos con una obra de arte es totalmente válido e importante.
Llamar “decorativo” al arte es una manera peyorativa de algunos académicos para hacer referencia a la ausencia de una carga “social y cultural” del mismo; no obstante, la experiencia estética en el arte resulta medular para muchos de nosotros toda vez que no concebimos una creación artística sin apego a la belleza, además de buscar que esta evoque el bienestar y la reflexión. De igual manera, el “arte decorativo” es una expresión obtusa, toda vez que no considera el entorno y la realidad de vida de una persona que se decanta por un proyecto de interiorismo el cual nace de la necesidad por mejorar sus entornos tanto privado como íntimo.
En ese mismo tren de ideas, es ahí donde una obra de arte puede y debe levantar la mano con la firme intención de ocupar un lugar neurálgico dentro de dichos ámbitos, así como ser parte integral de un ejercicio de diseño de interiores donde profesionales en la materia habrán siempre de seleccionar piezas de arte que abonen al todo y eleven las percepciones sensoriales de las personas que habitan o visitan dichos espacios.
De igual manera, una “pieza de arte” bien seleccionada es aquella que es elegida con base en principios propios del interiorismo, así como en los gustos y preferencias y el firme propósito de evocar determinadas sensaciones o experiencias en espacios que buscan ofrecer desde bienestar, confort, exclusividad y la originalidad que cada individuo tiene derecho a desear para sí mismo.
Dicho esto, resulta un tanto absurdo pensar que el arte forzosamente debe lanzar un “statement” cargado de energía social, denunciando situaciones de vida o de la sociedad
en general.
Cuando el arte tiene la buena fortuna de tener cabida en un proyecto de interiorismo y logra ser seleccionado, tanto por el profesional en el diseño de interiores como por la persona que financia un proyecto de este tipo, entonces, y solo entonces, estaremos hablando de arte decorativo en toda la extensión de la palabra.
Aunado a esto, debemos hablar de una amalgama entre belleza y función la cual le abrió la puerta a posibilidades infinitas con relación al arte que privilegia la experiencia estética y que pugna con base en argumentos decorativos para acentuar de forma muy especial un espacio
privado o íntimo.
En ese sentido, podemos afirmar que el auténtico “arte decorativo” es aquel que con base en sus atributos, no solo artísticos, sino aunado a un bondadoso acento en su experiencia artística, su ámbito de creación, sus fines utilitarios y estéticos los cuales, en conjunto, le confieren una voz propia que está destinada a encontrar a un solo coleccionista al cual hacer feliz y brindarle una gran sensación de bienestar. En ese sentido, debemos entender que la faceta práctica en el arte no implica ningún desmerecimiento en cuanto a sus cualidades estéticas, ya que estamos hablando de una unión entre el “lujo y la sensualidad”.
En todo caso, debemos considerar el frágil equilibrio entre arte decorativo y arte comercial, toda vez que la diferencia entre las dos posturas radica en la distinta apreciación de un objeto, ya que el valor otorgado dependerá de la capacidad de comprender tanto el significado como la historia detrás de cada pieza en cuestión. En ese sentido, podemos establecer que, sin un vínculo de comprensión entre obra y espectador, se corre el riesgo de banalizar la pieza de arte al verla como una mera forma decorativa o una presencia secundaria de adorno.
Una última consideración sería recordar que, como apéndice de las artes, el diseño se consolidó como una actividad tanto profesional como académica. En ese sentido, es a partir de la revolución industrial y la masificación de productos, así como el auge industrial del siglo XX que significó un cambio en la concepción de los objetos decorativos y su relación con la sociedad que los producía y consumía. Dicho esto, es importante observar cómo en la actualidad podemos encontrar una convivencia entre el producto industrial, el artístico y el artesanal. Debemos dejar claro que hablar de una jerarquización entre artes decorativas y bellas artes resulta no solo estéril sino intrascendente, toda vez que no se encuentra una por encima de la otra, ya que el creador en todas sus manifestaciones es en sí mismo un artista.
Así que ya lo sabes: si tienes el interés por adquirir una obra de arte para mejorar o elevar tu entorno personal o privado, el único argumento o juicio válido es el propio. Por ende, el sentirse atraído o conectado con una pieza de arte en especial es lo único que necesitas para saber que estás tomando la decisión correcta. Por supuesto que hoy día el internet te permitirá conocer la trayectoria del artista que la realizó; inclusive podrás consultar su presencia en redes sociales, sitio web y currículo, los cuales son indicadores que te ayudarán a tomar la decisión correcta. En ese sentido, no permitas que un estudioso del arte o académico tenga la pretensión de referirte argumentos desde la perspectiva misma del estudio del arte como la única valoración sustentable para definir no solo qué es arte y qué no lo es, sino también el denostar con el desgastado argumento de que el arte decorativo a su entender es un arte menor por el único hecho de atender más a la estética que a un discurso lleno de pretensiones y juicios socioculturales que nada abonan a tus propios intereses privados. Con esto, no digo que estudiar arte, documentarse o apoyarse en un profesional o académico en la materia no sea bueno, pero sí es importante defender la propia opinión y no dejarse manipular con un discurso “esnobista” que solo busca descalificar a quienes no piensan de una manera determinada. Tengamos muy presente que el discurso es parte de la obra ni la obra en sí. En ese sentido, ¿qué queremos?: ¿poseer algo que nos gusta o nos llama?, ¿o simplemente tener una pieza que esté validada por terceros, pero que no está conectada a lo que somos como individuos? Por todo esto, los que deseamos producir o coleccionar arte debemos hacerlo por el noble hecho de escuchar a nuestros propios sentidos y emociones, atender a nuestras particulares nociones de lo que nos resulta estético, decorativo, funcional o simplemente dejarnos llevar por la maravillosa voz de una pieza de arte que nos susurra al corazón haciéndonos sentir tocados simple y sencillamente.
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Se despide hasta la próxima, tu amigo Nono. Te deseo encuentres la pieza de arte
que esté destinada a enriquecer tu vida.